En ingeniería y ciencia (también en las ciencias médicas) y en campos tan dispares como los recursos humanos o la sociopolítica, existe lo que se denomina «resistencia al cambio». La resistencia al cambio es la oposición consciente o inconsciente de un individuo o colectividad a un cambio concreto que se pueda producir en sus vidas. Y el ejemplo paradigmático de ello sería la introducción de los ordenadores en la vida cotidiana de todos nosotros.
Hace unos años muy poca gente tenía o trabajaba con un ordenador y muchos puestos de trabajo pasaron de usar una máquina de escribir a requerir el uso de un ordenador. En aquella época hay documentados numerosísimos casos de personas que debido a esta resistencia pudieron llegar a desarrollar cuadros de estrés, ansiedad e incluso depresión. Sin embargo, el contraste está en los niños. Si nos fijamos en la naturalidad con la que los niños manejan las nuevas tecnologías (ordenadores, tablets, electrodomésticos, etc) observaremos que ellos no es que hayan perdido el miedo a la tecnología, es que jamás lo tuvieron. Ello no significa que estén exentos de «resistencia al cambio», nada de eso, pero es que para ellos no es ningún cambio utilizar un mando a distancia o un ordenador, pero sin duda conforme avance la tecnología encontrarán novedades y nuevos retos que les supondrán nuevos cambios a los que muchos se «resistirán».
Ahora que ya está claro el concepto de resistencia al cambio, podemos empezar a hablar de la parte práctica (aunque no deseable) de todo esto. Los podólogos pueden encontrarse con la resistencia al cambio en dos escenarios: frente a pacientes conservadores (resistencia al cambio externa) y frente a la adopción de nuevas tecnologías (resistencia al cambio interna).
Ilustrar el primer caso casi que no es necesario, ¿verdad? Seguro que el lector puede contarnos mil y una experiencia de pacientes que hacen comentarios como «es que el otro podólogo me dijo que…» o «¿y tengo que ir todo el día con esas plantillas?». Es muy común y más cuando se trabaja con gente de una edad avanzada. Frente a esta situación solo cabe ser muy pacientes y seguir los consejos de los profesionales.
El segundo caso se da en los propios podólogos. Por poner un ejemplo muy cercano, podríamos decir que son muchos los profesionales de la salud que nos dicen que les ha costado mucho dar el paso y cambiar su viejo archivador o su base de datos Access por PodoRed. En efecto, cambiar cuesta mucho y solo cuando nos auto-convencemos de que es lo mejor a medio y largo plazo y dejamos de pensar en el corto plazo es cuando tendremos fuerzas suficientes para hacerlo. También pasa en otros aspectos de la clínica, por ejemplo un buen amigo quiere cambiar su sillón pero quiere cambiarlo por uno igual, cosa que está resultado imposible porque la marca dejó de fabricarlos.
También es de justicia decir que no todas las personas tienen el mismo grado de resistencia al cambio. Hay personas que incluso el cambio les motiva y es un aliciente en su vida cotidiana. Del mismo modo no toda resistencia se puede achacar al cambio. En el ejemplo del sillón mencionado arriba, si ese sillón tuviera alguna funcionalidad o característica que ya no existe en ninguno de los sillones que se fabrican hoy en día, no se trataría de una resistencia al cambio, sino una lógica reacción a perder una utilidad.
¿Y vosotros sufrís de resistencia al cambio?
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